El matancero José Antonio Rodríguez García fue una destacada figura de la intelectualidad cubana en las primeras décadas del siglo XX.
En Matanzas, ciudad que denominó “la hermosa señora del Yumurí”, nació José Antonio Rodríguez García, el 22 de febrero de 1864. Aquí vivió hasta 1870, fecha en que se radicó en La Habana junto a su familia. Hizo la primera enseñanza en colegios privados y se graduó de Bachiller en Artes en el Colegio de Belén. Según sus biógrafos, sobresalió por una prematura inteligencia y una tenaz dedicación al estudio.
Impartió clases desde los nueve años y a los once comenzó su larga carrera de escritor y periodista. Muy joven trabajó en el bufete de Forgado y Rojas. En reconocimiento a su dedicación, estos abogados le gestionaron una Real Orden que le autorizó a examinar todo el bachillerato.
Maestro, escritor, periodista
Comenzó a trabajar en la Escuela Provincial de Artes y Oficios de La Habana como profesor auxiliar de Aritmética en 1882. Al año siguiente se le nombró profesor titular de Aritmética y Algebra. En 1889 asumió la plaza de profesor titular de Gramática, Geografía e Historia. Entre 1896 y 1897 desempeñó también la cátedra de Contabilidad y Economía Industrial.
Matriculó en la Universidad de la Habana las carreras de Derecho y de Filosofía y Letras. Sin embargo, sólo se graduó en la segunda. El 3 de octubre de 1891 obtuvo el grado de Licenciado con el tema “Cristóbal Colón, su vida y descubrimiento”. Alcanzó también el título de maestro público. Participó en la fundación de varios colegios y en la Academia General Preparatoria, centro de formación de maestros de enseñanza primaria.

Volvió a Matanzas en 1888. Acerca de su ciudad natal, diría “…que nos hace, con el solo recuerdo, ensanchar el corazón y acudir a los labios esas voces que a ellos afluyen cuando nos dirigimos a la mujer adorada…”. Aquí asumió la cátedra de Gramática e Historia de la Literatura Española en el Instituto de Segunda Enseñanza, que había alcanzado por oposición. En 1900 ocupó, también por oposición, la cátedra de Gramática, Retórica y Poética en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana.
Defendió la tesis para el doctorado en Filosofía y Letras en 1900. Se tituló Del laísmo, leísmo y loísmo. Contribución al estudio de la lengua castellana, y fue publicada ese mismo año. El lingüista cubano Juan Miguel Dihigo, uno de los biógrafos de Rodríguez García, consideró esta disertación como “…muy interesante…”.
Reinició en 1909 la publicación, como director y editor, de la revista Cuba Intelectual, que ya había dado a la luz por breve tiempo en 1885. En esta ocasión la revista existió hasta 1926. Acerca de los propósitos que perseguía, expresó José Antonio Rodríguez García:
“Al reaparecer tras ausencia tan larga, CUBA INTELECTUAL no aspira a llenar ningún vacío, ni a competir con colega alguno; sino a obtener, por medios decorosos, el favor público, y a ser una publicación más de las que contribuyen al «movimiento literario» de la patria amada”.

Con el nombre de Cuba Intelectual creó además una imprenta, que funcionaba en su propia casa. En ella imprimió, además de la revista, la mayoría de sus libros, así como obras de autores cubanos de la época.
José Antonio Rodríguez García ingresó en la Academia de la Historia de Cuba como Académico de Número en 1923. El discurso que presentó se tituló Sobre la vida y las obras del general Enrique Collazo. En esta institución pronunció además un Elogio del Dr. Sergio Cuevas Zequeira (1928) y el discurso De la revolución y de las cubanas en la época revolucionaria (1930). Fue director de los Anales de la Academia de la Historia de Cuba, entre 1925 y 1933.

Impartió varios cursos y conferencias en instituciones culturales habaneras. Un ejemplo es el curso sobre teatro español que ofreció a los asociados del Lyceum de La Habana en 1933. En su amplia labor como periodista dirigió Los Domingos Literarios (1898) y El Teatro Cubano (1904). Colaboró en El Fígaro, El Día, La Noche, El Sufragio, La Correspondencia, Revista Habanera y Revista de Oriente (Santiago de Cuba).
Fue miembro de la Academia Nacional de la Historia, de Caracas y correspondiente de la Academia Española de la Lengua. Además, se le consideró miembro de honor de The American Association of Teachers of Spanish y de la Societé Académique d’Histoire Internationale, de París.
Una obra gigantesca
Los libros de José Antonio Rodríguez García alcanzaron numerosas ediciones, sobre todo los dedicadas a la gramática y la ortografía en las escuelas públicas. Algunos, como Bibliografía de la gramática y lexicografía castellanas y sus estudios afines (1903-1913), del cual publicó sólo dos tomos de los cuatro previstos, fueron considerados verdaderos clásicos en esas materias. También se destacaron Ensayo de un programa para la enseñanza gradual de la gramática castellana (1899) y Literatura preceptiva (1926).

También publicó varios textos sobre enseñanza de la geografía. Fue el caso de Ensayo de un Programa para la gradual enseñanza de la geografía elemental (1893) y Programa de geografía elemental (1893). Otros fueron Principios de geografía (1897) y Programa de Principios de Geografía (1897). Las concepciones que defendió acerca de cómo debía ser impartida esta ciencia, quedaron recogidas en el volumen Enseñanza gradual de la geografía (1901).
Se le consideró una verdadera autoridad en la obra de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Sobre la poetisa camagüeyana dio a conocer el volumen De la Avellaneda. Colección de artículos 1914). Acerca de Cervantes publicó Vida de Cervantes y juicio del Quijote (1916) y Artículos cervánticos (1917). Como biógrafo escribió Manuel Sanguily (1926).
La mayoría de los volúmenes publicados por José Antonio Rodríguez García fueron compilaciones de trabajos que aparecieron en revistas y periódicos. Entre ellos Croquis literarios, semblanzas y artículos (1904) y Croquis históricos (1905). También Notas críticas (1909) y Notas literarias (1913). Parte de su pensamiento pedagógico quedó recogido en el texto De enseñanza (1916). En total publicó más de 80 libros.
Realizó varias traducciones, que recogió en el volumen De ajena cosecha (1898). Entre estas sobresalen la novela Cherubino y Celestini, de Alejandro Dumas, y La mosca (1898), de Cristobal von Schinid. En relación con el derecho publicó De los requisitos primos para contraer matrimonio (1892).

Editó y publicó las Lecciones de Historia Universal (1915), que había dado a conocer en México el poeta José María Heredia entre 1831 y 1832. Esta obra herediana es considerada un referente importante en la historiografía latinoamericana del siglo XIX. Se plantea que fue la primera obra sobre historia universal escrita en idioma castellano.
Ejemplo de maestro:
Además de su labor docente dedicada, José Antonio Rodríguez García sobresalió por la defensa de sus colegas de profesión y, sobre todo, de sus estudiantes. Por su oposición a la dictadura machadista fue despojado en 1931 de su cátedra en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana. Acerca de este momento de su vida expresó Juan José Remos:
“…en las horas más tristes, en los momentos más sombríos, cuando parecía que sus fuerzas y sus recursos habían tocado a su fin, se erguía rígido para rechazar ofertas con que el machadato quiso comprar el prestigio de su nombre, puesto al servicio de la Revolución”.

En 1928 se le llamó “…el polígrafo prócer de nuestra época…”. De acuerdo con Adolfo Dollero, fue un “hombre de positivo valer, por su vasta ilustración, por su talento, por sus virtudes y por sus trabajos: pero es extremadamente modesto”. José Manuel Carbonell lo consideró un “…verdadero paladín de la cultura nacional…”. Según Juan José Remos fue un “…modesto y doctísimo profesor…”, así como un “…maestro de la filología y gran conocedor de las letras castellanas…”. Resaltó además el “…carácter retraído y alérgico a la propaganda personal de aquel dulcísimo y sabio varón, donde jamás asomó la elación ni la vanidad…”.

En 1963, una de sus discípulas, la escritora Loló de la Torriente, lo recordó en las páginas de Bohemia:
“Mal pagado, sin consideración oficial, arrinconado y pobre, ejerció en oscuras y calurosas aulas, su noble magisterio. Era un símbolo de la época. El maestro abnegado, sacrificado, que ejercía sin recompensa el bello oficio de las letras. Cordial, encorvado, lento y amable. Rodríguez García no faltaba a su clase. Atravesaba el patio de la antigua casona y se le veía siempre con el rostro iluminado por la sonrisa y los ojos fulgurantes por la inteligencia. Era paciente, nada lo exaltaba, nada lo sacaba de quicio. Parecía vivir una vida perfecta de sabio olvidado de las asperezas de la vida”.
José Antonio Rodríguez García ejerció como maestro hasta su muerte, ocurrida en La Habana el 15 de marzo de 1934. (ALH)