En reiteradas ocasiones se escuchan críticas referidas a la falta de educación formal manifestada, sobre todo, por adolescentes y jóvenes.
Algarabías en la guagua, faltas de respeto y nula colaboración con mujeres, impedidos físicos y ancianos, chistes y gestos groseros, uso incorrecto del uniforme, lenguaje chabacano…
La relación pudiera extenderse. ¿Quién no ha presenciado situaciones que ponen en tela de juicio la educación recibida por estos?
Y aunque en verdad tales comportamientos se manifiestan en cualquier grupo etario, los de menor edad suelen incurrir en estas faltas con notable frecuencia.
Al problema de la educación formal –mal intrínseco en las sociedades contemporáneas– nuestro país le concede gran importancia.
Aun cuando se realizan ingentes esfuerzos para revertir el panorama, queda muchísimo trecho por recorrer.
Para lograr tal propósito urge el aporte colectivo, incluido el de esos que hasta a veces de manera injusta arremeten contra la juventud como si estuvieran exentos de responsabilidad.
Estamos todos, en los ámbitos sociales y familiares, obligados a trabajar y tomar conciencia del asunto.
NO TODO ESTÁ PERDIDO
Si bien es perceptible el resquebrajamiento de valores que en otros momentos estuvieron presentes, no puede pensarse que todo está perdido.
Así lo considera Liannys Hechevarría Hurtado, una joven trabajadora por cuenta propia. Para ella todavía hay adolescentes y jóvenes cuya conducta social denota haber recibido buena educación en su casa y en la escuela.
“Se muestran amables con sus compañeros, ayudan a los ancianos, respetan a las personas mayores y no suelen decir palabras obscenas.”
Aclara que, no obstante, en determinadas ocasiones resultan mal vistos y hasta rechazados por sus semejantes.
“Al parecer les molesta porque piensan que no se ajustan a su época. Son esos para quienes lo más natural es rayar un ómnibus o vociferar en medio de la calle.”
La enseñanza y puesta en práctica de correctos hábitos formales debe ser una constante en nuestro actuar cotidiano. Para Felicia Rodríguez, maestra jubilada, ello denota sólida formación cultural.
Muchas personas comparan el momento actual con épocas pasadas. El octogenario Abraham Hernández cuenta que su familia era muy pobre y aunque analfabetos sus padres les educaron muy bien.
“No podíamos entrometernos en las conversaciones cuando había visita en casa y bastaba la mirada de nuestros padres para retirarnos del lugar. Además, los buenos días del saludo y el agradecimiento ante cualquier gesto o ayuda nunca faltaban.”
APRENDER LAS LECCIONES
El interés por la enseñanza de los buenos modales y el dominio de prácticas elementales de educación formal preocuparon en todos los tiempos.
Se habla incluso de extremos como la expulsión de los nobles en las cortes europeas cuando no se inclinaban en el ángulo correcto para hacer una reverencia.
Pensadores, escritores y pedagogos nos han legado valiosas obras y documentos sobre el tema.
Consejos, proverbios, relatos, fábulas, manuales, tratados, catálogos… han llegado hasta nuestros días para mostrarnos cómo comportarnos y cuáles hábitos de mal gusto evitar.
Los adolescentes y jóvenes cubanos tienen el privilegio de tener a su alcance la valiosa obra de José Martí.
Del Apóstol deben asimilar sus lecciones de ética, honestidad, respeto, cortesía, moral y profunda confianza en el mejoramiento humano.
La educación formal es cuestión de todas las épocas. (ALH)