En las primeras décadas del siglo XX se hizo célebre en Matanzas un maestro habanero. Nació en La Habana en 1865, pero fue en la Atenas de Cuba que cimentó su bien ganada fama de educador. Se llamó Eduardo Meireles Brito.
La obra del maestro
Establecido en Matanzas, Eduardo Meireles Brito sobresalió por su labor cultural, además de pedagógica. Escribió más de veinte obras de teatro, como “Los matrimonios”, “Lo manda el médico”, “En el juzgado” y “Para una viuda un soltero”. Se incluye Matanzas en camisón (1894), revista en un acto y tres cuadros, que fue publicada en La Habana y representada en varias ocasiones.

Matanzas en camisón (1894) puede ser descargada en: https://ia601607.us.archive.org/17/items/matanzasencamis00meirgoog/matanzasencamis00meirgoog.pdf
La más célebre de todas fue La entrega del mando o Fin de siglo (1899), sainete cómico-lírico-crítico, escrito en verso, en un acto y dos cuadros, puesto en escena en Puerto Rico, donde obtuvo resonante éxito. Al momento de ser presentado Meireles residía en Puerto Rico. Se estrenó el 8 de julio de 1899 y fue prohibida después de esta primera y única representación.
Cultivó la poesía, sobre todo de tema íntimo y patriótico. Uno de sus alumnos, el historiador Israel Moliner Rendón, publicó en Matanzas el libro Dos poesías de Eduardo Meireles (1945).
Fue además periodista. Junto a un grupo de amigo fundó el periódico La Política. Con Alfonso Forn dio inicio, en Camagüey, al diario político La Palabra. Estuvo entre los redactores del periódico matancero El Imparcial. En 1907 fue nombrado vocal de la Junta de Patronos del Hospital Civil de Matanzas
Asiduo colaborador de la revista El Fígaro, utilizó el pseudónimo de “Dr. Mostaza”. En ella aparecieron escritos suyos de corte filosófico, como “Virutas filosóficas” (1919), “Yo quiero ser feliz” (1919) y “Moral, inmoral y amoral” (1922). También históricos, como el testimonio “Entre los muertos” (1921), sobre el fusilamiento de Domingo Mujica. En 1923 publicó el artículo “El Padre Félix Varela”. Tuvo a su cargo la sección “Gramatiquerías”, sobre aspectos vinculados a la gramática del idioma español.
Trabajó como profesor del Curso Preparatorio en el Instituto de Matanzas. Entre las asignaturas que impartió estuvo Geografía e Historia Universal y Gramática Castellana. Fue profesor de Gramática y Aritmética en el Cursillo de Perfeccionamiento en la Escuela Práctica Anexa de la Escuela Normal de Matanzas en 1926.
Se le nombró en 1920 como Profesor Interino de la asignatura “B” (Idioma Inglés) en el Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas. Renunció al año siguiente y en 1922 fue nombrado Catedrático Supernumerario de la Sección de Letras del propio Instituto, con carácter de interino. Dejó inédito el texto Etimología y Lecciones.
En 1920 publicó en la revista La Nueva Democracia, el artículo filosófico “¿La última guerra implica un retroceso en la marcha de la humanidad?”. En él expresó preocupaciones en relación con la pérdida de valores morales y la confianza excesiva en que los adelantos científicos, por sí solos, traerían el bienestar a los seres humanos. Las palabras que escribió parecen dichas para el día de hoy:
“El progreso científico ha recorrido la senda de su vertiginosa marcha divorciado de la moral, debiendo haber ido con ella de bracero. Conste que este divorcio moral no significa que la ciencia sea inmoral”.

Este artículo de Meireles puede ser leído en: https://www.google.com.cu/books/edition/La_Nueva_democracia/Z38vAAAAYAAJ?hl=es&gbpv=1
Publicó el libro Ideas y palabras (1926), que tuvo una segunda parte en 1937. El primer tomo de esta obra fue muy bien recibido al momento de salir de las prensas. El 18 de mayo de 1926 el poeta matancero Agustín Acosta, amigo de Meireles, hizo una reseña de este texto en el Diario de la Marina. Allí expresó:
“Ideas y palabras es el primer tomo de una obra universal a la que Meireles ha dedicado la mitad de su vida llena de rasgos emocionantes. Quizás no tenga método: por eso sorprende. Quizás no se ajusta a los cánones de una trillada pedagógica en uso: por eso encanta. Jardín lozano y espléndido, no hay en él canteros para las rosas, arriates para las villetas, invernaderos para las orquídeas y los tulipanes. Sino que junto a la rosa más gallarda la margarita se empina, sencillamente blanca y de oro. Así este jardín de las Mil y una Noches para los ávidos de cosas nuevas. De nuevas cosas de versad, porque lejos de imitar o copiar contenidos de obras manoseadas, impugna ideas, sugiere posibilidades, formula problemas, refresca viejas enseñanzas adquiridas”.

El Colegio La Luz:
De acuerdo con algunas fuentes, el Colegio La Luz fue fundado por Eduardo Meireles Brito en 1899. Sin embargo, está documentado que fue en 1904 que la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes le autorizó la apertura de un colegio privado en Matanzas.
La sede de esta institución fue en la calle Río número 6. En ella se impartía la primera enseñanza elemental y superior, así como la segunda enseñanza. Estaba adscrito al Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas.
Entre las innovaciones de este centro estuvo la utilización del cinematógrafo como medio de enseñanza. Fue de los primeros en aprovechar las ventajas de la coeducación, pues en sus aulas había estudiantes hembras y varones desde 1912. En 1914 fue ampliado con un departamento dedicado a señoritas y niñas.
El propio Meireles caracterizó en una ocasión la esencia de la labor educativa en el Colegio La Luz:
“Ilustrar no es enseñar a un joven a que repita las notas dadas por el profesor, o que confíe a la memoria los párrafos de un libro, no; ilustrar es llevar luz a la inteligencia de los discípulos por medio de las palabras y de las observaciones, única manera de formar hombres conscientes y con verdadera personalidad”.
Según Adolfo Dollero, Eduardo Meireles,
“…con su colegio La Luz, de primera y segunda enseñanza, prestó positivos servicios a la instrucción pública matancera desde 1899 a 1917”.
Consideró que este centro poseía,
“…todos los adelantos de la pedagogía moderna, tanto por sus condiciones higiénicas como por los métodos de enseñanza adoptados”.
Añadió además lo siguiente:
“El profesor Meireles es un acérrimo partidario de la enseñanza racional, y un enemigo decidido de las lecciones de memoria. Sin entrar en detalles sobre las opiniones en pro o en contra de su método, cabe afirmar que el Colegio La Luz ha dado magníficos alumnos, y que la enseñanza moral del niño ha constituido siempre uno de los mayores desvelos…”.
El poeta Agustín Acosta dejó este valioso testimonio sobre Eduardo Meireles Brito como maestro:
“Recuerdo aquel famoso colegio matancero «La Luz», de cuyas aulas salió una generación brillantísima. Yo vivía enfrente. La voz del maestro se colaba por la ventana de mi balcón como un torrente de energía no exenta de dulzura para los discípulos. Aquella voz decía bellas cosas de patria, de hogar, de voluntad, de porvenir… Aquella voz no predicó en desierto. Inició una desconocida pedagogía propia: consintió que los discípulos le interrogaran, le opusieran sus dudas, sus reparos, sus ásperos descreimientos de muchachos. Y entonces, en el silencio amplio de la sala, la voz se hacía convincente, imperaba la lógica, el ejemplo tomaba cuerpo y vida… Y si los discípulos no aplaudían los razonamientos del maestros, era porque le dedicaban un aplauso más íntimo y más dulce: la sonrisa”.
Meireles fue director del Colegio hasta 1917. Después de esa fecha funcionaron dos instituciones de igual denominación, una en La Habana y otra en Matanzas. En ambos casos, los fundadores habían sido discípulos o colegas de Meireles, quienes se declararon continuadores de su obra.
Hablan los discípulos:
Varias personalidades destacadas de la historia de Matanzas estudiaron en el Colegio La Luz. Todos recordaron al maestro Meireles con agradecimiento. Entre ellos sobresalieron los pedagogos Joaquín Añorga y José Russinyol, el médico y profesor Mario E. Dihigo, y el historiador Israel Moliner, entre otros.

Acerca de la personalidad de Eduardo Meireles Brito, escribió Israel Moliner en 1945:
“Quiero rendir un homenaje a mi maestro Don Eduardo Meireles y Brito, y quisiera usar una frase que posea un profundo y vasto simbolismo, y una interpretación correcta de su grandeza. Un pensamiento materializado que construya en torno a su figura un halo brillante que como una fiesta de dioses encienda los corazones con fuegos prodigiosos.
El Maestro era sencillo, lo estoy viendo como si fuese ayer. Ausente la cabellera, tenía los ojos hondos y resplandecientes. Su boca era fresca y ancha. Su cuerpo no era modelo de estatua, sin embargo, había plenitud sazonada de elegancia, de armonía y de fascinación.
¿Y aquella frente? Serena a veces, transparente en fuerza de ser como psicólogo, como filósofo, como el que ha vivido demasiado…
Eduardo Meireles, el maestro de toda una juventud brillante: Russinyol (Pepe y Arístides), Héctor Pagés, Nodarse, Gustavo Lima, César Andricain, Pedro Castillo, Calderón, Barani, Añorga, etc., fue como algo que se enciende y purifica y huye como un fuego fatuo.
Fue algo semejante a una rosa que se abre y ofrece su perfume, contagia el ambiente con invisible gracia y desaparece después como una voluta de humo, como un perfume de hechicería.
Eduardo Meireles, murió de miedo, había vivido mucho, había enseñado mucho, temía la ingratitud, porque no fue ingrato; pensó que iba a ser víctima de aquellos por quien él había derramado la dulzura de Maestro, la esencia del saber.
Pero, este poeta que ahora les presento, no necesita para nada de mis elogios ni de mi admiración.
Su mérito ya está juzgado desde hace muchos años por grandes críticos y su plenitud intelectual es demasiado visible en su obra, para que mis juicios puedan aumentar, ni siquiera un ápice, su fama nacional”.
Eduardo Meireles Brito falleció en Matanzas el 10 de febrero de 1934, después de una fecunda obra como maestro. Ese día la ciudad estuvo de duelo. (ALH)