Aunque su esbelta figura podría sugerir una antigua trayectoria atlética, la Dra. Walquiria Dorta Romero lo desmiente con humor: «¡Nunca! Es mi fenotipo. Solo practiqué deporte de manera normal en la escuela, pero nada más. Mi acercamiento al deporte fue posterior».
Ingresó a la educación superior mediante convocatorias, anclada inicialmente en la Facultad de Agronomía, donde su formación biológica le permitió impartir Microbiología. A pesar de no estar ligada al ámbito deportivo, la oportunidad de trasladarse a la Facultad de Cultura Física en 2001 marcó un punto de inflexión. Allí comenzó a impartir Fisiología del Ejercicio Físico. Tras seis años, y debido a las necesidades de la disciplina, su rol evolucionó hacia la Biología del Ejercicio Físico, ambas asignaturas de las ciencias aplicadas. «Nunca imaginé que mi camino me llevaría al mundo del deporte», recuerda con una sonrisa que desarma.
El enamoramiento por enseñar, en la que hoy es la Facultad de Ciencias de la Cultura Física, fue desde el principio. Confiesa que no conocía ese mundo y tuvo que prepararse profundamente para impartir estas asignaturas, agradeciendo mucho a los compañeros que la acogieron.
Su maestría en 2004, centrada en la actividad física, fue un testimonio de esta dedicación, un momento que definió su carrera al descubrir la intersección entre pedagogía y ciencias de la cultura física.
El contacto con atletas de alto rendimiento y practicantes del deporte fue crucial en su desarrollo. «Cada conversación con un atleta me enseñaba algo nuevo».
«En esos años -cuenta-, había grupos nombrados cursos de atletas, eran muchachos procedentes de escuelas de deportes provinciales, nacionales, y estudiantes atletas con condiciones excepcionales, muy buenas. Entonces el intercambio, el tener que lidiar en ese proceso docente con ese tipo de estudiante, es lo que lo hace a uno como profesor trazar ese objetivo de que hay que buscar, de que hay que aplicar, de que hay que vincular la asignatura con la actividad física. Y ahí es donde se va desarrollando ese respeto por el deporte».
Walquiria concibe el proceso de manera tal que el profesor no es el único portador del saber, atletas como Rayneris Salas, tres veces campeón mundial, medallista panamericano y olímpico, a quien tuvo en su aula, o la observación diaria de los entrenamientos de Lissandra Guerra, una gloria del ciclismo latinoamericano y mundial, le ofrecieron perspectivas únicas sobre el esfuerzo y la resistencia. Las teorías biológicas se ponían a prueba en la práctica, y esta interacción le permitió comprender la esencia del deporte: la forja del carácter y la voluntad inquebrantable.
Un duro golpe fracturó su mundo: la pérdida de su única hija. «Su memoria me empujó a seguir adelante», confesó con una voz que aún tiembla al evocar el recuerdo. En medio de la desolación, el estudio y la investigación se erigieron como una vía de trascendencia. El doctorado, iniciado poco después, fue un compromiso asumido en honor a su hija y como una forma de evadir la dura realidad. «El estudio se convirtió en mi santuario, en una forma de honrar su memoria», explicó, dejando claro que la academia no fue solo un trabajo, sino un bálsamo para el alma.
Su trabajo en Venezuela amplió su perspectiva, logrando un crecimiento personal y profesional significativo.
Para la profesora, que sienta cátedra en la formación de profesionales del deporte, y es un referente de educadora por la manera magistral que imparte sus clases, la enseñanza es un pilar fundamental: «Debemos dar lo mejor a esos estudiantes que viajan, gastan en pasajes y meriendas, y se esfuerzan día a día», afirma con la firmeza de un mandato ético. Su dedicación a los alumnos resulta inquebrantable; ella entiende los sacrificios que hacen al invertir en su educación. «Mi satisfacción radica en triunfar junto a ellos».
La Dra. Walquiria no solo imparte Fisiología; con cada lección de vida, desvela la anatomía de la superación humana. Su existencia, cincelada por la pérdida y forjada en la dedicación académica, constituye la prueba irrefutable de que la vocación inquebrantable se erige como el verdadero motor del ser.
En la reciprocidad de sus alumnos, Walquiria halla la más hermosa recompensa a su entrega generosa, un eco vibrante de su propia pasión.
Yasnier Hinojosa/ Perfil de Facebook de la Universidad de Matanzas
