Los hermanitos Yalena y Yeilán tienen 7 años. Les encanta dibujar, igual que al pequeño Dariel, que enseña con orgullo su mariposa. A Rocío, de 9, le apasiona cantar y danzar, mientras que a César, de 11, conocer amigos nuevos le seduce.
Poco a poco ellos llegan y se insertan en el salón, con la naturalidad y confianza de casa. A solo segundos, algarabías y sonrisas inundan los espacios, en los que también cada sábado se multiplica el arte, en toda su extensión. Todos forman parte de Tocororo, un proyecto que desborda amor.
DE BOMBERO A TOCORORO
Yurién González Alonso tiene claro su propósito en la vida: ayudar. Así lo hizo durante los muchos años que laboró como bombero, y lo continúa haciendo hoy desde un nuevo rol, al frente de un proyecto comunitario.
El Especialista en Seguridad contra incendios es también licenciado en Estudios Socioculturales, conocimientos que le adentraron en los procesos comunitarios de donde surgió la idea de Tocororo.
“Se creó hace siete meses con la intención de tener un espacio sociocultural, educativo, cívico, diverso y, ante todo, inclusivo, para todas las personas en especial niños, adolescentes y jóvenes, asociado o no a discapacidades, pero que estuvieran necesidades educativas especiales.
“Para llegar a ser proyecto empezamos como una experiencia comunitaria. Hicimos un diagnóstico buscando información en salud, educación y cultura y buscamos experiencias de otro proyecto que tuviera algún tipo de inclusión. Queríamos hacer algo más específico con un grupo de gestores o de coordinadores que estuvieran bien preparados en la materia, principalmente en la educación especial, en la defectología, que abarcara un poco todas las áreas. Hoy estamos en el paso de aprobación como proyecto. Ya tenemos la documentación presentada.”
Cada sábado, la sede de la ANCI en Matanzas abre sus puertas a una veintena de infantes que encuentran en Tocororo arte y amor.
“Trabajamos con los niños todas las manifestaciones artísticas: música, dentro de ella el canto y el baile, las artes plásticas, el teatro (de hecho, hacemos una especie de teatros musicales), pero también es muy importante la parte cívico-educativa. Trabajamos sobre el ideario martiano, principalmente La Edad de Oro. El proyecto es inclusivo, tenemos niños con necesidades especiales, pero también los hay que no las tienen. Buscamos el apoyo de unos con los otros”.
UNIDOS POR UNA MISMA CAUSA
Varios cómplices acompañan a Yuri en su noble causa. Mezclada entre los infantes, sentada en el suelo y con una amplia sonrisa en el rostro se encuentra Alina Fernández Alfonso, especialista principal en la Sala Juvenil e Infantil de la Biblioteca Provincial “Gener y del Monte”. Cada sábado, ella o alguno de sus colegas, llegan hasta la sede del proyecto Tocororo. “Les hacemos cuentos a los niños, trabajo con títeres y con libros, que es nuestro principal objetivo, insertar en ellos el interés por la lectura. Buscamos que ellos se dirijan con sus abuelos o con sus padres hacia la biblioteca, y sí, recibimos los niños estos en la biblioteca y eso nos hace muy feliz.”
Para Yuri, Karelis Carrazana Betancourt es su mano derecha. La defectóloga de la escuela especial “Héroes de Goicuría” tiene años de experiencia laborando con niños con discapacidad sensorial. “Aquí es un espacio diferente creado para que los niños se sientan un poco más felices lejos de la atención de la escuela, del aprendizaje y saquen sus potencialidades, las habilidades, lo que desean hacer, lo que anhelan, lo que sueñan.
“La experiencia es muy bonita, en primer lugar, por la familia. Tratamos de atraerla, que aprenda a sobrellevar esa etapa de duelo que hay cuando hay un niño, cuando un familiar tiene discapacidad. Aunque la alegría de los niños es la experiencia más grande y más bonita: Hemos aprendido a convivir juntos, a vivir en la diversidad”.
Daisy Ríos Moreno es otro de los puntales que sostienen a “Tocororo”. La Doctora en Ciencias Pedagógicas y profesora adjunta de la Universidad de Matanzas, trabaja desde hace más de 35 años en la escuela especial “Héroes de Goicurría”. “Como parte del proyecto tenemos aquí a niños que presentan discapacidad auditiva y otros que no, y hemos querido vincularlos. Que los que no la tienen aprendan sobre el lenguaje de señas, forma fundamental de comunicación que tienen los niños sordos, y así todos pueden interactuar.
Hemos montado canciones, donde utilizamos la lengua de señas como forma de comunicación fundamental de nuestros niños, en cada uno de los encuentros doy algún tema taller, para que los niños aprendan más”.
Ocasionalmente Nancy Vázquez Fernández también visita al proyecto Tocororo. Ella es otro eslabón importante en esta cadena de brazos extendidos que apoyan los niños y los sueños. “La UNEAC tiene una comisión permanente de cultura comunitaria que se vincula con todos los proyectos que quieran acercarse. Les ofrecemos posibilidades de superación, de capacitación en cuanto a la gestión del proyecto y otros temas afines según lo que trabaje cada uno de ellos”, explica la especialista de Proyectos UNEAC-CIERIC.
“De esta manera los ponemos en articulación con otros actores sociales. En el caso de Tocororo, por las temáticas que trabaja a partir del desarrollo del pensamiento martiano en estos niños tan pequeños, los pusimos en articulación con la Sociedad José Martí”.
DE TOCORORO Y SUS SUEÑOS
“Estamos logrando cambiar el imaginario social”, asegura Karelis con una emoción que desborda. “Tratamos de cambiar el punto de vista que tiene la sociedad, que tiene la familia, sobre las personas con discapacidad: cómo tratarlas, cómo acercarse, cómo acceder a las personas con discapacidad. Intentamos que la persona, la sociedad, adquiera una cultura de la discapacidad para crear un futuro sin barrera, una sociedad más inclusiva, más justa, que es la idea del proyecto”.
A Daisy, por su parte, la tiene cautivada la alegría del proyecto. “Tenemos niños que viven lejos y están viniendo, pequeños con discapacidad visual, auditiva y con otras patologías, que les damos la atención que requieren. De hecho, tenemos hasta una psicóloga que nos ayuda. Lo más importante es la alegría de los niños, que sientan que tienen un espacio más para compartir, para aprender.”
“Estamos montando ahora los zapaticos de rosa, una especie de teatro musical, donde participan casi todos los niños, inclusive con sus padres. Hacemos actividades itinerantes, tenemos una peña con el Museo de Arte, también con la biblioteca”, refiere Yuri con una emoción que delatan sus ojos.
El proyecto, que ya tiene una extensión deportiva, aprovecha cada espacio para expandir sus fronteras.
Así de a poco, pero bien idealizado desde el comienzo, con bases sólidas y muchas manos y buena voluntad en su trasfondo, el proyecto avanza. Y lo hace cada más inclusivo, más integrador, más transformador. Tocororo revolotea en la Atenas de Cuba, con la vitalidad necesaria, repartiendo sus esencias que son: arte y amor. (ALH)