El 28 de febrero de 1844 se estrenó Don Juan Tenorio, la famosa obra del español José Zorrilla, en el Teatro de la Cruz, en Madrid.
Siempre que alguien escribe, aspira a que su obra trascienda, pero son pocos quienes lo logran. Ni en sus mejores sueños Zorrilla pudo imaginar que, exactamente a 179 años de su estreno, su creación aún daría de qué hablar, y que el apellido de su protagonista fuera sinónimo, y no solo en idioma español, de conquistador, de hombre que seduce a las mujeres con audacia y facilidad.

El apellido Tenorio es poco frecuente, aunque por capricho de algunos padres también puede ser un nombre. Tiene como posible origen a la parroquia de San Pedro de Tenorio, en el municipio de Cotobade, en Pontevedra. Los feligreses de tan humilde templo tampoco soñaron que alcanzara la notoriedad universal de que goza, solo por el hecho de estar asociado a un fraudulento apostador.
Don Juan Tenorio, en la versión de Zorrilla, es un drama religioso con visos fantásticos, dividido en dos partes. La acción transcurre en la Sevilla de 1545, y se basa en una apuesta entre el protagonista y don Luis Mejía, basada en quién actuaría peor en el término de un año, quién se batía en más duelos y quién seducía a más doncellas.
Al año comparan sus hazañas que se han vuelto un gran escándalo, aunque nadie sabe qué sucede. A ellos se suma don Gonzalo, padre de doña Inés, quien se ha enterado de la apuesta y quiere asegurarse de lo que ha oído.
La cuenta de los rivales es cruenta: don Luis 23 muertos en batalla, don Juan 32; don Luis 56 mujeres seducidas, don Juan 72. Vence don Juan, pero lo vuelven a desafiar a que seduzca a una novicia que esté para profesar. Entonces don Juan apuesta que conquistará a una novicia y además a la prometida de don Luis, doña Ana de Pantoja.
Al oír el desafío, el padre de doña Inés, moza que permanece en un convento desde su infancia y está destinada a casarse con don Juan, deshace el matrimonio convenido.
Y así, entre altas y bajas se aproxima el desenlace: don Juan jura amar a doña Inés, quien cae en las redes del galán. Unidos por su amor, están dispuestos a todo. Así, don Gonzalo recibe un balazo y don Luis una estocada. Don Juan huye de Sevilla hacia Italia.
Comienza entonces la segunda parte. Cinco años después don Juan vuelve a Sevilla, y visita el cementerio, donde descubre que doña Inés había muerto de pena.
Nuestro protagonista invita a dos viejos amigos a su casa junto con el espíritu de don Gonzalo, quien efectivamente se presenta para conducir a don Juan al infierno. Sin embargo, aparece también el espectro de doña Inés, el cual intercede y logra que los amantes suban al cielo. En otras palabras, los une y salva el verdadero amor.
En nuestros días se habla indistintamente de don Juan y de Giacomo Girolamo Casanova, nacido en Venecia en 1725. Ha sido descrito de una forma bien prolija: “aventurero, libertino, historiador, escritor, diplomático, jurista, violonchelista, filósofo, matemático, bibliotecario y agente secreto italiano.”
Para quienes aman los sinónimos como forma para enriquecer la lengua, tenorio equivale a casanova.
Y así las cosas, vale el recuerdo hoy del amante por excelencia, de aquel que subyugó a tantas y que sembró para siempre el verso inmortal:
¿No es verdad, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando al día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?