En febrero de 1986 visité la Unión Soviética. Una noche, entusiastas dirigentes del Komsomol me llevaron a conocer un club recién inaugurado para jóvenes moscovitas. La principal atracción consistía en la reproducción simultánea, en varios monitores dispuestos por la instalación, de los archiconocidos “muñequitos” de Walt Disney. Esa experiencia años más tarde, la entendí como el valor de los símbolos.
Símbolos existen de diversas materias. Mi viejo diccionario Cervantes de la Lengua española los describe como “expresión sensible de algo inmaterial”. En tanto la primera acepción de la palabra simbolismo, la define como “sistema de símbolos con que se representan creencias, conceptos o sucesos”.

Lo cierto es que desde que venimos al mundo un diverso y complejo universo de símbolos nos da la bienvenida. Nos recibe aún sin nuestro consentimiento, aunque sí con nuestra complicidad. Muchas veces el mensaje atractivo que se nos impone y la incapacidad para discriminar nocivas influencias, concluyen sometiendo las preferencias.
La bandera y el himno patrio constituyen símbolos sagrados. A ellos aprendemos a respetarlos desde la familia y la escuela. Solo individuos de escasa sensibilidad y pésima formación pueden llegar a desconocerlos, por lo que significan en el entramado histórico cultural de todos los pueblos.
Pero existen símbolos de naturaleza infame, deshumanizados, contrarios a la ética y la justicia social, y deben ser combatidos. Un símbolo de maligna connotación puede establecerse por una igualmente perversa campaña publicitaria.

En tiempos difíciles, de políticas comprometidas por las crisis económicas, sociales, sanitarias y ambientales, los modelos capitalistas pugnan por establecerse como única y deseable alternativa.
Frei Betto sostiene en La mosca azul que “el capitalismo aprendió con la iglesia a hacer publicidad”, por aquello de que Cristo ordenó a sus discípulos predicar el evangelio a toda criatura. Claro que el capitalismo en todo caso apostó por sus propias ganancias, y sustentó el consumismo a cualquier costo y alejado de todo rasgo verdaderamente humanista. En el propio texto, el fraile dominico sostiene cuando cita a Marx que “la producción no crea solamente un objeto para el sujeto, sino también un sujeto para el objeto”.
Y por esa vertiente cabe explicar cómo pueden establecerse en los tiempos que corren símbolos de los más reprobables contravalores sociales.

La llamada violencia cultural se identifica con la violencia simbólica, en tanto reduce al individuo a un simple y acrítico consumidor de banalidades que se le imponen como apremiante necesidad. Esa violencia es ejercida mediante la publicidad, el texto de ciertas canciones en boga, series televisivas, juegos de video, las llamadas publicaciones del corazón y cuanto artilugio permita construir el sueño.
Al fin y al cabo, como sostiene el destacado intelectual brasileño antes mencionado, “ser como los ricos es más seductor que luchar por la igualdad social, igualdad que la izquierda proponía mediante un discurso hermético de conceptos inaccesibles para el entendimiento popular (…)”.
La juventud cubana no escapa a ese bombardeo. Más bien vive sometida al más criminal discurso desestabilizador que una maquinaria, profusamente financiada por el imperialismo, dirige con intención a ese segmento de la población.

No basta proponernos la enseñanza de nuestra historia, de sus valores, de sus símbolos y de las infinitas razones que nos asisten para sentirnos orgullosos de la obra que defendemos. Hay que hacerlo con hondura, con los argumentos y la pasión necesarios. Hay que hacerlo con la fuerza irremplazable del amor y la verdad, aún la más dolorosa, pero siempre con la convicción de que un mundo mejor es posible.
Me pueden entretener los “muñequitos” de Walt Disney o los productos culturales que la imaginería y las nuevas tecnologías permitan desarrollar. No vale mantenerse bajo una campana de cristal, ajenos al capital simbólico de muchas propuestas. Hay que desterrar la lectura acrítica de tanta producción enajenante, y vale además la creación de otros tantos símbolos que correspondan a la dinámica de nuestros días. Pero estamos igualmente urgidos de defender aquellos símbolos donde el humanismo, el amor y la solidaridad construyan la narrativa de los nuevos tiempos… (ALH)