Actualmente, Cuba está marcada por desafíos económicos, transformaciones sociales y aperturas graduales al emprendimiento privado. Debido a esto, la juventud cubana enfrenta un dilema tan complejo como significativo: ¿seguir con los estudios o lanzarse a emprender en busca de una mejor vida?
Hablar de emprendimiento suele evocar imágenes de innovación, elección y empoderamiento. Sin embargo, en el contexto cubano, la narrativa es más matizada. La mayoría de los jóvenes se ven obligados a combinar jornadas académicas con trabajos independientes que garanticen un ingreso. Trabajar en cafeterías o restaurantes, diseñar, hacer fotografía, vender desde casa. Algunos lo hacen por pasión; otros, por pura necesidad.
Las cifras no siempre son precisas ni actualizadas, pero la tendencia es clara: cada vez más jóvenes se suman al llamado “cuentapropismo”. Algunos lo hacen para contribuir a la economía familiar; otros, porque las oportunidades laborales estatales no se ajustan a sus aspiraciones ni necesidades.
Según la Oficina Nacional de Estadística e Información de la República de Cuba (ONEI), más del 30 % de los trabajadores por cuenta propia en Cuba son jóvenes, con presencia notable en sectores como la gastronomía, la manufactura y la construcción. Al cierre de marzo de 2025, existían más de 9 500 MIPYMES privadas, muchas lideradas por jóvenes, especialmente en La Habana y el oriente del país. La falta de financiamiento, insumos y apoyo institucional limita sus posibilidades, por lo que muchos dejan los estudios para sostener sus emprendimientos.
Las nuevas generaciones crecen con la idea de que la educación es el camino al éxito, pero luego descubren que un título no garantiza estabilidad económica. Las universidades cubanas, con su rigor y excelencia, compiten con la urgencia del día a día: ir a clases por la mañana y trabajar por la tarde. Ya no es una excepción anecdótica, sino la rutina diaria de muchos jóvenes.
Algunos suspenden los estudios con la intención de retomarlos más adelante; otros simplemente no regresan. Esto configura un nuevo perfil de juventud: preparada, creativa, resiliente, pero también frustrada por la falta de estructuras que permitan crecer sin tener que renunciar a la formación académica.
Lo que ocurre hoy en Cuba no es un simple fenómeno económico: es un cambio cultural profundo. La juventud cubana está reformulando el sentido del trabajo, de la educación y del éxito. Emprender ya no es un lujo ni una moda, sino muchas veces una forma de sobrevivir renunciando o no, a los sueños.
Pero no todo es resignación: hay entusiasmo, innovación y deseos de progresar. Es necesario que el país acompañe ese impulso con políticas más inclusivas, más recursos. Se requiere un entorno donde estudiar y emprender no sean caminos distintos, sino complementarios.
Lauren Quirós Alonso/Estudiante de Periodismo