Con machacona insistencia y marcado propósito abundan en las redes sociales las fotos de una Habana glamorosa, a finales de los años 50 del pasado siglo. También frecuentan las fotos de sitios matanceros y otras localidades con semejante intención.

Confieso que las disfruto. De algún modo tomo distancia de cualquier malintencionada propuesta y las disfruto, en tanto son reliquias históricas que pueden motivar viejos recuerdos.

De cualquier forma, siempre me pregunto a que se debe que casi siempre repiten las mismas imágenes de aquellos lugares distinguidos de la Cuba de entonces.

Esos sitios (digitales) que por lo común no muestran toda la verdad, eluden las imágenes que en igual fecha mostraban los barrios de Cayo Hueso o la Yuca Agria, por citar solo un par de ellos. Será que no conservan instantáneas de la Cuba que fue, matizada por las profundas diferencias sociales que marcaron la época.

Por cierto, muchos de esos lugares de sobrada belleza con que suelen regalarnos, pocos años después mostraban renovados esplendores, acompañados de nuevas edificaciones que por primera vez pudieron engalanarse con todos los colores que definen lo cubano. Esas fotos también las disfruto.

Tal vez, apenas expresan las preferencias de algunos por una Cuba exclusiva. En cambio siempre preferiré aquella donde quepamos obreros, campesinos, estudiantes, amas de casa, intelectuales y soldados.

Por supuesto, si lo comento es por simple extrañeza o por una persistente vocación de legitimidad. Nada más lejos de soslayar la imagen deplorable que hoy muestran muchos de nuestros edificios históricos o los montones de basura con que suelen ser acompañados. Ya conocemos las causas de las duras circunstancias impuestas a nuestro pueblo.

Al fin y al cabo, por estos tiempos tampoco es difícil hallar una bella locación para regalar como postal de recuerdo a cualquier visitante, sin asomo de manipulación, ni ocultamiento.

Hagamos  cuenta que ese botón de muestra con que algunos quisieran engatusarnos, tristemente nunca reflejaron la imagen última de la Cuba de entonces.

Pero nada logrará confundirme. Si alguna vez caminé a mis anchas por el lobby del Habana Libre o por los inmensos pasillos del Capitolio, sin tener que disimular mis zapatos gastados, fue solo después de aquel fogonazo que nos iluminó en enero de 1959. Además, conmigo caminaban el negro Juan y “Materia”, el deslumbrado guajirito enamorado de todas las muchachas habaneras.

Entonces, acudimos a la Universidad, frecuentamos teatros  y restaurantes, nos bañamos en las mismas aguas que un día nos vedaron en Varadero. También estaban Caruca, la hija del humilde zapatero y Manolito el del solar de la otra cuadra más allá de mi casa.

Bueno, no dejaré de contemplar las imágenes que me ofrezcan. De todos modos incitan la memoria, pero ya saben la Cuba que prefiero. ¡Con todos, para sentirme en casa!

 

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