Apuntes sobre la guerra proxy que EE.UU. libra contra Irán a través de Israel

El humo aún se eleva sobre Teherán e Isfahán. Las imágenes de hospitales bombardeados, edificios de la Media Luna Roja reducidos a escombros y barrios residenciales sacudidos por explosiones recorren el mundo. Fue el 13 de junio.
El autor material: Israel. El autor intelectual, con su firma estampada en los 300 misiles Hellfire entregados solo tres días antes y en la flota de guerra desplegada estratégicamente: Estados Unidos.
Este no es un conflicto espontáneo. Es el capítulo más sangriento de una guerra fría –ahora caliente– que Washington libra desde hace décadas contra la República Islámica de Irán. Una guerra disfrazada, justificada con un fantasma: la «amenaza nuclear iraní», una narrativa fabricada tan meticulosamente como los misiles que ahora llueven sobre civiles.
La cantinela es vieja, gastada, pero efectiva para galvanizar apoyos domésticos y aliados reacios: Irán busca la bomba, representa un peligro existencial. Sin embargo, décadas de inspecciones intensivas – ¡incluso por agencias que EE.UU. controla!- nunca han hallado un programa nuclear militar iraní activo.
¿Por qué persiste entonces el mito? Simple. Es el casus belli perfecto, la cortina de humo ideal para ocultar el verdadero objetivo: desmantelar la soberanía del único estado de la región que desafía abiertamente la hegemonía estadounidense-sionista y sostiene materialmente el Eje de la Resistencia.
No nos engañemos. Tel Aviv no actúa por cuenta propia. Es el instrumento elegido, el proxy perfecto, para una estrategia que Washington no puede –o no quiere– ejecutar directamente tras los fiascos de Irak y Afganistán.
La relación es simbiótica: EE.UU. proporciona armas, cobertura política e inteligencia -ese despliegue de destructores y cazas antes del 13 de junio no fue un ejercicio turístico-. Israel proporciona los pilotos, los botones que se pulsan y asume una parte del costo político del ataque directo.
Es el mismo guión ensayado en otros teatros como Ucrania, donde patrocinaron el golpe de 2014 para convertir el país en un ariete contra Rusia; en Taiwán, donde existe un suministro masivo de armas para inflamar tensiones con China, preparando otro conflicto proxy; o en Siria, el caso más reciente y brutal.
Según múltiples fuentes regionales, Washington orquestó el derrocamiento del gobierno sirio, instaurando un régimen títere encabezado por el ex líder de Al Qaeda, Abu Mohammed al-Jolani. Siria, otrora pilar del eje de resistencia, es ahora otro peón en el tablero contra Irán y sus aliados. La ironía es cruel, pero también real: EE.UU., autoproclamado paladín contra el terror, instalando a un ex terrorista para gobernar Damasco. ¿Alguien dijo «realpolitik» hipócrita?
Pero, ¿por qué tanto odio hacia Irán? La respuesta es geopolítica y profundamente ideológica.
Irán es la piedra angular de una alianza que Washington y Tel Aviv desesperadamente quieren romper: El Eje de la Resistencia. Este eje -que incluye a las Brigadas Al Qassam (Hamas); la Yihad Islámica Palestina, Hezbolá (Líbano); las Fuerzas de Movilización Popular (Irak); AnsarAllah (Houthis de Yemen)- es el único que provee apoyo material, armamento y entrenamiento decisivo a la resistencia palestina y desafía la dominación colonial en la región. Irán es su principal sostén.
Destruir a Irán significa decapitar este eje, dejar a Palestina totalmente vulnerable y abrir el camino para la imposición total del Pax Americana-Israelí en Oriente Medio. La «amenaza nuclear» es la excusa. La verdadera amenaza, para Washington, es la resistencia anticolonial efectiva.
Por tanto, es un secreto a voces que el ataque israelí autorizado por EE.UU. no fue una represalia aislada. Fue un acto de guerra planificado, con objetivos claros.
El primero de ellos, sin dudas, desmoralizar al pueblo iraní bombardeando infraestructura civil clave como hospitales, barrios residenciales. ¿Terrorismo de estado? Las imágenes hablan por sí solas.
El segundo, provocar desplazamientos masivos, y con ello, crear caos interno, desestabilizar, lo que dé paso al sueño dorado de los imperialistas: forzar un cambio de régimen en la nación persa.
No obstante, Irán no se doblegó. Su contraataque fue rápido, preciso y demostró una asombrosa capacidad de resiliencia. Utilizando misiles hipersónicos Fattah y sistemas balísticos avanzados, lanzados desde bases subterráneas y posiciones señuelo, golpearon los Altos del Golán ocupados, Tel Aviv, Haifa, Nazaret y territorios palestinos ocupados.
Esta respuesta no nació ayer. Hunde sus raíces en la Revolución de 1979, un levantamiento histórico contra el Sha, títere de EE.UU. Ese espíritu de independencia, de rechazo a la dominación extranjera, de apoyo inquebrantable a Palestina y a las luchas de liberación, es el combustible de esta resistencia.
Además, es el mismo espíritu que ha soportado sanciones económicas asfixiante -una guerra silenciosa que mata civiles-, el financiamiento de grupos opositores violentos, y el asesinato terrorista de figuras como el General Qasem Soleimani, un crimen de guerra con sello USA.
Hoy, tras la caída de Siria en manos de un títere de Washington, Irán se erige como el único estado verdaderamente soberano en la región que arma y sostiene materialmente una resistencia genuina contra la ocupación y el colonialismo.
Su alianza con bloques como los BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái es un desafío directo al orden unipolar liderado por EE.UU. que busca ahogar a cualquier nación que ose elegir su propio camino.
Para nosotros los cubanos, que apreciamos la lucha de naciones como Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte, y enfrentamos el bloqueo criminal y la injerencia; a quienes llevamos décadas denunciando la Nakba palestina y el apartheid israelí: ¡Este es el momento de extender nuestra solidaridad inequívoca a Irán!
Cada misil que cae en Teherán, cada hospital destruido en Isfahán, cada familia desplazada, no es solo un ataque a Irán. Es un ataque a todos los pueblos que luchan por su autodeterminación contra la maquinaria opresora del imperialismo estadounidense y el sionismo.
Apoyar a Irán hoy no es avalar un gobierno específico; es defender el derecho fundamental de los pueblos a resistir la dominación extranjera, a elegir su destino sin bombas ni chantajes. Es rechazar un orden mundial que sacrifica vidas en el altar del lucro y el poder hegemónico.
Estados Unidos tiene las manos manchadas de sangre. Su estrategia de décadas de guerra proxy, desestabilización y fabricación de amenazas ha culminado en este ataque brutal. Buscan presentar a Irán como el agresor, pero el guión es transparente: Es una guerra de cambio de régimen orquestada por Washington, ejecutada por Tel Aviv.
La resistencia iraní, con su rápido contraataque, su ingenio militar y su férrea voluntad, demuestra que no cederá. Su lucha trasciende sus fronteras: Es la lucha por preservar la llama de la revolución anticolonial de 1979, por defender la dignidad de su pueblo y la de todos los pueblos oprimidos de la región, especialmente Palestina.
Washington y sus aliados no son solo adversarios de Irán. Son los enemigos de todo pueblo que anhela ser libre, que rechaza ser vasallo, que se niega a vivir de rodillas.
El humo sobre Tel Aviv es el resultado de su agresión. La resistencia que emerge de los escombros de Teherán es la respuesta de quienes prefieren morir de pie. La historia, una vez más, se escribe desde la trinchera de los que resisten.

 

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