Entre 1851 y 1858 el naturalista cubano Felipe Poey publicó, en dos tomos, las Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba.
La publicación de las Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba, se consideró un hecho trascendente en la historia de la ciencia cubana. Fue un acontecimiento relevante que resaltó el estado de las investigaciones sobre la naturaleza cubana, en particular acerca de la fauna del país.
Portada del primer tomo de las Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba. Archivo del autor.
Es muy probable que en su aparición haya influido la Historia Física, Política y Natural de la Isla de Cuba que por entonces publicaba en Francia el español Ramón de la Sagra. Una de de las críticas que recibió La Sagra fue la ausencia de científicos cubanos entre los autores de esta obra. José Antonio Saco, quien reconoció que era “…la más extensa y lujosa de cuantas se han publicado en castellano sobre la isla de Cuba”, señaló en este sentido:
“Si bien me alegro de la publicación de esta obra, siento que casi toda sea fruto de plumas extranjeras; y lo siento, porque creo que a las nacionales hubiera cabido mas parte, si se las hubiese convidado. En Cuba misma no falta naturalista de bastante fuerza para escribir alguno de los ramos que componen esa obra: y al hacer esta alusión, bien claro es que me refiero al Catedrático de Zoología de la Universidad de la Habana, a mi condiscípulo y amigo Don Felipe Poey”.
Una obra grandiosa
Las Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba estuvieron conformadas por dos volúmenes. Los artículos que contenía, además de escritos en español, traían los acostumbrados sumarios en latín y, además, resúmenes en francés. Aparecieron en este último idioma pues Poey, con un elevado sentido de modernidad, lo considero más beneficioso para la divulgación de su contenido entre los naturalistas del mundo.

Se acompañaron de 53 láminas litografiadas, 17 de ellas impresas a color y acabadas a mano. Estos dibujos fueron realizados por el propio Felipe Poey y parte de la litografía por Federico Mialhe, reconocido litógrafo francés del siglo XIX que trabajó en Cuba. Sobresalen, de este último, las que realizó acerca del almiquí y las distintas especies de jutías conocidas en aquel momento.
Acerca de los motivos que influyeron en la publicación de las Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba, señaló Felipe Poey en la “Introducción general”:
“Dos consideraciones principales me han movido a publicar estas memorias: 1º. la novedad de las producciones de la Isla de Cuba, las cuales en el Reino animal son mayormente exclusivas de su suelo; 2º. la ventaja que me proporciona mi residencia en la Isla, en cuanto a representar con sus colores naturales los objetos que se alteran con la muerte, ya conservados en aguardiente, ya remitidos en pieles o en herbarios, como son los reptiles, los peces, las larvas de los insectos, las flores que sirven de gala a los vegetales &c. a lo que deben agregarse el estudio de las costumbres de los animales y las descripciones anatómicas”.

La mayoría de los trabajos que aparecieron en las Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba abordaron temas relacionados con la descripción de nuevas especies de peces, moluscos e insectos, sobre todo mariposas. Estos eran los temas predilectos de Poey como investigador. Todos los escritos que aparecen son de la autoría del naturalista habanero, excepto “Molluscorum species novae”, que se incluyó en el segundo tomo y fue redactado por Juan Cristóbal Gundlach.
En el primer tomo de esta importante obra se publicaron verdaderos ensayos sobre la fauna cubana, que pueden considerarse clásicos de la historia de la ciencia en Cuba. Es el caso de “El Almiquí”, “Historia de la Abeja de la tierra” y “El Anobio de las bibliotecas, insecto destructor”. También entran en esa consideración “El Jején, Oecacta furens Poey, Insecto Díptero, furibundo habitador de playas”, “El Manjuarí, Lepidosteus Manjuari, Poey” y “Circulación del cocodrilo”.
Sobre el almiquí, curioso mamífero insectívoro de la zona oriental cubana, ya había escrito Poey en la revista El Plantel en 1838. Además de la historia de su descubrimiento y de la descripción de su anatomía, agregó en esta oportunidad una disertación con el objetivo de “…investigar el nombre primitivo impuesto por los indios de Cuba y de Haití”. En “Historia de la Abeja de la tierra” comentó ampliamente acerca de las características de esta especie e hizo mención a su utilidad económica.

“El Anobio de las bibliotecas, insecto destructor” y “El Jején, Oecacta furens Poey, Insecto Díptero, furibundo habitador de playas” son dos célebres trabajos de Poey. En el primero destacó una especie que causaba serios daños en los libros de las bibliotecas de La Habana. Al respecto dejó este párrafo esclarecedor:
“Si los libros no se visitan, no se sacuden, no se leen; si los herbarios no caen en sujetos entendidos, ni en manos laboriosas, ¿de qué sirven al mundo? Tanto vale quitarlos del medio; y para esto acuden los insectos, que nos dan una lección saludable, declarando la guerra a la pereza y a la ostentación, prontos a retirarse delante de la vigilancia del hombre, ya en las ciencias, ya en el comercio”.
Al escribir acerca de “El Jején” en las Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba, Felipe Poey hizo gala una vez más de sus cualidades como hombre de ciencia. Sobre las dificultades para estudiar este diminuto animal, señaló:
“La pequeñez de este insecto, lejos de ser para mí un motivo de aversión, me ha empeñado con frecuencia en su estudio, deseoso de vencer la dificultad que presenta su anatomía externa a los ojos armados de aparatos microscópicos, y he creído que los aficionados a la entomología, agradecerían mis esfuerzos…”.
Sobre un conocido refrán cubano, añadió:
“¿Quién podrá decir donde se cría la Larva, y quién dará su descripción? Hay un dicho entre nosotros que expresa la dificultad de este descubrimiento; pues para ponderar el alcance de un hombre sabichoso, se dice que sabe dónde el Jején puso el huevo”.
También “El Manjuarí” es otro escrito de Poey con celebridad reconocida. En él destacó las excepcionales características anatómicas de esta especie, en particular del esqueleto de su cabeza. Incluso, formuló ideas relacionadas con el posible origen de esa armadura natural:
“…ya que este habitante de las aguas dulces es un hijo sobreviviente de las primeras edades del globo terrestre, comprendo el fin de su tegumento catafractado”.
Más de treinta años después, fue muy grande la dicha que sintió al escuchar la opinión que sobre el tema formuló su discípulo Carlos de la Torre. Fue a propósito de la incorporación del joven matancero a la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, el 12 mayo de 1889. Su discurso de ingreso trató sobre “Consideraciones anatómicas acerca de los manjuaríes”. Correspondió a su maestro Felipe Poey pronunciar el discurso de contestación, durante el cual declaró:
“Mucha satisfacción me ha causado ver de esta suerte rectificada por mi discípulo mi opinión particular y la del profesor Agassiz, en la determinación de seis huesos de la cabeza del Manjuarí. El acierto con que aplica a esta cuestión los conocimientos adquiridos en Filosofía Zoológica, lo ponen tan alto en mi concepto, que no temo ser tachado de adulación diciendo que se ha labrado a sí mismo una corona, donde el coro de los naturalistas inscriba su nombre”.
La circulación sanguínea en el cocodrilo, un tema apasionante para los naturalistas de la época, también fue abordado por Poey. Al respecto, aportó información sobre las investigaciones realizadas en Francia. Igualmente, presentó los resultados de las propias indagaciones realizadas por él. Cabe mencionar que agradeció a los estudiantes de la Universidad de La Habana que lo ayudaron en “…la disección de los vasos arteriales y venosos…” de un ejemplar de cocodrilo. Estos fueron, los después reconocidos escritores habaneros José Manuel Mestre y José Ignacio Rodríguez, y el matancero Gavino Barnet.
Además de estos trabajos, en el primer tomo de las Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba aparecen otros dedicados a temas relacionados con la nomenclatura zoológica. En ellos, Felipe Poey demostró un amplio dominio de las reglas de la sistemática biológica. En este sentido pueden mencionarse “Sistema alano de los Insectos, o nomenclatura de las nervuras y células” y “Régimen alimenticio, sirviendo de base a la nomenclatura de los insectos”. También están en ese caso “De la especie en general, y con relación a los Moluscos” y “Aforismo. Descriptio manca etc”.

Otro escrito de Poey de singular importancia, que está en este primer tomo, es “Apuntes sobre la fauna de Isla de Pinos”. Lo escribió sin haber visitado el lugar, pero basado en los informes de su gran amigo Juan Cristóbal Gundlach. Esto le permitió considerarla
“…uno de los puntos más dignos de ser reconocidos por personas versadas en las ciencias naturales, principalmente en la Geología, Botánica y Malacología”.
El segundo tomo de las Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba no fue tan rico en variedad de temas como el primero, pero también incluyó materiales interesantes. Se cuentan en este caso un “Apéndice sobre los Lepidósteos y Cocodrilos” y otro “Apéndice sobre la Abeja de la tierra”, vinculados al tomo primero. Además, está “Los colores”, valioso escrito de Felipe Poey, donde reflexionó de forma filosófica acerca de los colores en el reino Animal.

Célebre fue su artículo “Peces ciegos”, donde describió las especies de estos interesantes animales, habitantes de las cuevas cubanas. Realizó a propósito reflexiones interesantes alrededor de las causas que provocaron la ausencia de ojos en ellos, lo cual relacionó con el hecho de que no eran necesarios para las condiciones en las cuales vivían. Es evidente, en este artículo, cómo iban aflorando en Poey las dudas en relación con el carácter inmutable de las especies.
“Peces ciegos” se relacionó con las cartas cruzadas entre Felipe Poey y Tranquilino Sandalio de Noda sobre este particular. Estas aparecen en el libro La ciencia en Cuba (1928) con el título “Acerca de un pez ciego en Cuba”. También pueden leerse en Obras (1999), donde se incluyeron como “Cartas de Don Tranquilino Sandalio de Noda y de Don Felipe Poey, acerca de un pez ciego de la isla de Cuba, 1858”.
En “Peces ciegos”, Poey hizo una profesión de fe sobre su paulatino acercamiento al evolucionismo:
“Yo no soy de ninguna escuela, sin embargo de que mis convicciones más firmes son por las creencias de Cuvier; pero he encontrado tanta filosofía en las doctrinas de la escuela contraria, que me he dejado arrebatar por ella de un movimiento simpático. Y como busco ingenuamente la verdad, he tomado el partido de quedarme con Cuvier, siempre que la fuerza de los hechos bien observados no me obliguen a apartarme de las lecciones de tan ilustre maestro”.
Por último, hay que resaltar la inclusión en las Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba de trabajos curiosos. Uno de ellos se tituló “Historia de un ofidio que vivió en un estómago humano”, que está en el primer tomo. En él Poey analizó un extraño caso sucedido en La Habana en el ano 1853. En el segundo tomo está “La Avispa de la Jía”, dirigido a la aclaración de un viejo mito acerca de una planta que se creía nacida de una especie de avispa.

Partes de las Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba volvieron a ser editadas en las Obras literarias de Felipe Poey (1888) y en sus Obras (1999). Se hizo en la sección denominada “Memorias sobre la historia natural de la isla de Cuba. Artículos varios y fragmentos”. Estos fueron “Los Pinares y las Auras”, “El Pescador”, “Los Guajacones”, “El Anobio de las Bibliotecas” y “El Jején”. También “La avispa de la Jía”, “La Abeja”, “Historia de las Abejas en la formación de una colonia” y “Las Tériades”.
Ciencia cubana
Al momento de ser publicadas las Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba tuvo una favorable acogida. Así lo destacó José Manuel Mestre al escribir que
“…la atención del lector se ve a cada paso despertada por un agradable desorden, cuyo encanto, nosotros, volubles hijos de los trópicos, podemos comprender mejor que nadie…” (…) “El cuadro luce variados matices, y su contemplación no puede menos de ser muy grata para los amigos de recrearse en las Maravillas de la Naturaleza…”.
“…sus memorias son, por lo tanto, resultado bien maduro y dirigido de pacientísima tarea: él ha enriquecido los catálogos con multitud de especies desconocidas por los sabios naturalistas de Europa, y ha procurado disipar, y disipado no pocas veces, la oscuridad en que se encontraba la ciencia sobre algunos interesantes particulares…”.
“…más de una vez le vemos apartar la vista del microscopio, abandonar el escalpelo para filosofar con tino sobre los fenómenos que observa, y remontando, y no en alas de Ícaro, por los espacios de las especulaciones en pos de las causas finales”.

Para Manuel J. Presas, las Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba fueron una evidencia del desarrollo de las ciencias naturales en el país. En su ensayo “La historia natural en Cuba”, publicado en 1865, las elogió de la siguiente forma:
“…hay Memorias que versan sobre la filosofía de la Ciencia, consideraciones originales sobre clasificación y nomenclatura, como son el Sistema alario de los insectos y su distribución por el régimen alimenticio; hay trabajos nuevos, puramente anatómicos, sobre la respiración y circulación del Cocodrilo, y sobre los huesos que entran en la composición de la cabeza del pez llamado vulgarmente Manjuarí, perteneciente al género Lepidósteo. Hay artículos instructivos y amenos, al alcance de todos los lectores, como son los titulados Culebrita de la crin y Avispa de la Jia; hay palabras nuevamente introducidas, cuya importancia es mayor de lo que a primer aspecto se piensa, una de ellas es la denominación de ostiacinos, dada a los moluscos de agua salobre en la desembocadura de los ríos. No debemos pasar en silencio dos aforismos, sobre materias controvertidas, formulados en latín con una precisión Linneana, necesaria para que puedan ir a la posteridad. (…) Últimamente, llamamos la atención sobre una idea original acerca de los colores, que tiene sólida aplicación a las causas finales y a las creaciones sucesivas de Lamarck”.
Acerca de las descripciones de peces, añadió:
“Las descripciones de Poey en las referidas Memorias son bastante completas. Ha introducido en ellas un dato constante, frecuentemente omitido por los autores que le han precedido, y es la indicación del tamaño del pez descrito, sin lo cual es en extremo dificultoso reconocer un pez; porque muchos caracteres varían con la edad, principalmente el tamaño y posición relativa de los ojos y de la boca”.
En relación con el trabajo acerca del jején, destacó que Poey
“…hizo brillantes estudios microscópicos que han elevado el jején, de las marismas donde habita, a las lucidas regiones de la Historia natural”.
La publicación por Felipe Poey de las Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba es considerado un hecho relevante de la ciencia cubana. Puso en conocimiento del mundo la riqueza de la fauna cubana. Demostró con creces la profundidad de las investigaciones realizadas por su autor y otros naturalistas cubanos. Fue un peldaño importante en la conformación e independencia de la ciencia cubana.