A ella que desde la silla de un hospital evita el sueño mientras cuida al padre enfermo.
A ella que todos los días se acomoda el sombrero y las botas, cuando despunta el alba, para sembrar un mañana mejor.
A ella que aunque la mano le tiemble, no suelta el bisturí, se acomoda el nasobuco y los espejuelos para realizar con éxito su primera cirugía.
A ella que prepara con esmero el desayuno a sus pequeños y hace malabares para que no sientan el vacío del padre ausente.
A ella que se aferra el cuello del hijo que parte; pero lo deja volar su propio vuelo.
A ella que le planta cara a la vida, se seca las lágrimas sin esconderse y continúa sin cejar en el empeño.
A ella, a quien le administran el último suero, sentada en una silla del hospital oncológico; pero valientemente sostiene la mano de la joven que se realiza el primer tratamiento.
A ella que sonríe sin complejos, que dice lo que piensa sin filtros ni tapujos.
A ella que se vuelve multipropósito y multitarea a la velocidad de la luz.
A ella que es refugio seguro en cualquier tormenta.
A ella que da luz a la vida y es capaz de amar con el pecho repleto de mariposas.
A ella que se llena de voluntad y construye, empeña su palabra y cumple.
A ella que dirige, que moviliza y conmueve.
A ella que frente al aula siente como propios los niños que enseñan.
A ella que con las manos llenas de sueños emprende y triunfa.
A ella, a quien aunque le pueden menguar las fuerzas nunca la abandonan la entereza y el empeño.
A ella que se realiza cada intervención con la esperanza de tener a su bebé en sus brazos.
A ella que se aleja de casa para perseguir el sueño de ser universitaria.
A ella que entrena, a diario, y llena orgullo a su familia y a la Patria.
A ella que abraza al desvalido, que cede el asiento en la guagua al hombre que ve cansado.

A ella que besa con ganas y entrega el corazón en cada intento.


A ella que desde el anonimato prepara la taza de café que compras para que te espabile el día.
A ella que cuando no tenía cambio para devolverte, quiso regalarte la jaba de nylons que pretendías comprarle.
A ella que sana con el beso y el consejo oportuno.
A ella que ora en todos los dialectos posibles por el bien de los suyos. A ella que sonríe a la vida, aunque tenga pocos motivos.
A ella, a quien el destino ha tirado muchas veces; pero que se ha levantado otras tantas con más fuerzas.
A ella que es madre y amiga, el alivio oportuno y calma para las penas más ondas.
A ella que nunca se rinde.
A ella, a ti, mujer, muchas felicidades.

Fotos: Leymis Benítez Rodríguez

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